Desde hace muchos años he querido escribir esto, pero viendo el retroceso que se dio en la Santamaría y las manifestaciones de violencia que esto genera, he decidido hacerlo por fin hoy.

Mi padre nació en 1921 y para nadie es un secreto lo que este hombre, a quien respeto mucho, hizo para impulsar la tauromaquia en Colombia. Eran otras épocas, otra forma de pensar, y es por eso que a veces miro las cosas en retrospectiva y trato de entenderlo y comparar su posición con los EEUU del siglo XVIII. Una época donde el hoy “tan liberal” partido demócrata, sólo pensaba en los beneficios del esclavismo y rechazaba su abolición.

Mi padre nació para los toros, una tradición que se remonta a más de 10 siglos y que nos dio de comer durante mi niñez. Él, el más apasionado taurino que ha dado esta región, murió defendiéndolos hace 30 años. Muchos conocen su trágica muerte y saben que dio literalmente su vida por defender algo que lo apasionaba. Casi ninguno de ustedes puede hablar de tener una convicción hacia algo en particular de esa forma tan fuerte como él la tuvo. Su generación y la de sus entrañables amigos, fue tal vez una de las últimas generaciones que murieron pensando que la tauromaquia era algo lleno de belleza y gracia.

En ese punto llegué yo, crecí en el entorno más taurino que alguien se pueda imaginar, yendo en correrías por pueblos y ciudades y a cuanta corrida de toros puedan imaginarse. En mi infancia vi morir más toros de los que ustedes han visto en todas sus vidas y vi a todas las grandes luminarias taurinas de la época. José Ortega Cano, Jose María Manzanares, El Cordobés y muchos otros pasaron por la llamada en esa época, Feria de la Candelaria. Crecí bajo el halo de admiración infinita que se sentía por el Curro Romero o Manolete y muchas veces estuve con mi padre sentado viendo como estas figuras se preparaban para esta fiesta. Allí fui testigo de grandes conversaciones con uno de sus más grandes amigos, el Sr. Pepe Cáceres.

Sin embargo, eso no me hizo taurino. Nací en otro momento, uno donde algo que para generaciones anteriores era cultura, para mí no tenía sentido. Mi padre, encargado del toreo en Colombia, era un hombre muy inteligente pero demasiado terco, tenía una única verdad en su cabeza y quería que yo siguiera sus pasos en la representación taurina. A veces pienso que siquiera murió en esa época, en una en la que yo aún era un niño y no podía defender lo que pensaba con argumentos sólidos. Pero algo sí es seguro, aunque aún era un niño, sentado en esas plazas junto a una multitud de afiebrados por la fiesta brava, notaba que lo que para él era su vida para mí no lo era. Para ser sincero, era algo que me perturbaba, me incomodaba y me llenaba de tristeza. Me sentía completamente ajeno a ello, intentaba hallar la belleza en dicha actividad, pero no podía encontrarla. No puedo negar que las ilustraciones usadas para promover la fiesta brava me parecen hermosas, pero salvo eso, no puedo ver en la Tauromaquia nada más allá que sólo sangre y violencia.

Toda esta reflexión está dirigida a que siendo Jefferson uno de los más grandes pensadores de la historia y muy posiblemente, uno de los hombres que más respeto, no se le podía pedir que dejara de pensar como esclavista. No se le puede pedir a una generación que modifique pensamientos tan arraigados en su ser y por eso no se le puede pedir a personas ancianas y mayores que dejen de pensar como siempre lo han hecho. Entonces la ruta no es discutir con tapias, ellos ya morirán pensando así. Me pone muy triste ver esas manifestaciones violentas y discusiones eternas sin sentido donde ninguna de las partes escucha al otro.

En este punto, a quien hay que educar es a los niños, a las esponjitas que pueden modificar su futuro. Estoy plenamente convencido de que no hay nada que no se pueda solucionar con educación, sé que es un proceso lento pero creo que es el camino del éxito. Cambiar la mentalidad de la masa no es algo que se logre en 5 años pero pienso que a este ritmo, la tauromaquia es algo que en 20 años habrá desaparecido casi en su totalidad. Vemos como cada vez menos gente va a estas fiestas y en algún momento, quienes lo apoyan verán en sus finanzas que es algo insostenible. Ese es el camino que se ha seguido y creo que ése es el correcto, más que el de la prohibición y la violencia. Un camino que eduque a los niños, que les enseñe como me sucedió a mí, el amor por los animales y que vean este espectáculo como lo que es: algo grotesco y sin sentido.

Jose Santamaría
25 de enero de 2017